Continuo explicando mi lucha por la lactancia materna. 😉
Una vez en casa la situación no fue a mejor. Vivíamos pendientes del reloj con alarmas sin dejar que pasaran más de tres horas para darle de comer. La rutina siempre era la misma, intentar darle el pecho para después acabar dándole fórmula con una jeringa. Entre esas horas estaba con el sacaleches, estimulando mis pechos lo máximo posible.
Además tenía digestiones muy pesadas, se notaba que le dolía la tripa y lloraba al poco de las tomas, no éramos capaces de consolarle… Al final caía dormido de sueño y pasadas las horas reglamentarias volvíamos a pasarlo mal cuando veíamos que no se despertaba y más tarde no quería comer. Parecía una pesadilla que se repetía una y otra vez.
A los cinco días de vida fuimos a urgencias, la primera de muchas que vendrían después por diferentes motivos. En este caso fue porque no paraba de llorar… ¡Y no sabíamos que hacer! Al llegar allí nos dijeron que mi bebé estaba hambriento y entre dos enfermeras a la fuerza le hicieron agarrarse al pecho. Cuando digo a la fuerza, es literal… Apretando su cabeza contra mi pecho sin casi dejarle respirar mientras lloraba rabioso hasta que acabó cediendo. Lo recuerdo y se me ponen los ojos vidriosos.
Para mi marido ese día fue un antes y un después. Dejó de apoyarme en mi lucha por la lactancia materna, se le partía el corazón al igual que a mi al ver su rechazo al pecho y relacionaba la pérdida de peso por los lloros constantes cuando se le ponía a mamar. Desde ese día dejé de intentar amamantarle delante de él, y cuando lo intentaba insistía muy poco. Yo también me sentía muy culpable y caí en la depresión postparto. Sólo tenía ganas de llorar y perdí tanto peso que me quedé más delgada que antes del embarazo.
Sin embargo yo continuaba con la esperanza de que se enganchara porque el instinto de buscar lo tenía muy desarrollado, el problema era que al momento de hacer la succión se enrabiaba y me soltaba. Decidí comprar el biberón calma de medela. Se supone que imita el pezón de la madre y la lengua la tiene que colocar igual para succionar. Los siguientes días los recuerdo borrosos entre lloros, biberones, sacaleches y esterilizadores. Quería al menos conseguir una lactancia en diferido con el sacaleches, pero no sacaba la suficiente leche, a pesar de que nunca dejaba pasar más de dos horas entre extracción (ni por la noche). Mi estado de ánimo no debía ayudar.
Durante estos días, Álex tuvo una conjuntivitis en un ojito porque tenia una obstrucción del lacrimal y también se resfrío. Su nariz estaba llena de moquitos que no le dejaban respirar bien. ¡Suero por todas partes para aliviarle!
A los 15 días todavía no había recuperado su peso inicial y el pediatra lo achacó a sus resfriados. Nos dijo que le diéramos de comer más a menudo, pero si le forzábamos lo vomitaba. Ese mismo día en sus pañales vi hilos de sangre que continuaron los siguientes días. Me puse histérica.
Mientras esperábamos los resultados de los análisis de sus heces (tardaban cinco días) me puse en contacto con un grupo de lactancia por recomendación de una conocida sin mayores esperanzas. La asesora después de explicarle mi situación se ofreció a venir a mi casa y me recomendó que llevara a mi hijo a un osteopata especializado en bebés.
En cuanto a la cara de mi hijo, se había recolocado aparentemente del todo pero nos pareció muy buena idea lo de llevarle a un profesional. En la consulta del osteópata nos explicó la raíz de todos nuestros problemas. Álex tenía una contractura en la mandíbula. En esa misma sesión comenzó a masajearle su boca y también sus caderas porque aunque no lo había comentado también tiene una ligera displasia que están controlando los pediatras con ecografias.
¡¡Era tan lógico!! Él sufrió en el parto y se desplazó su carita, es normal pensar que tuviera una contractura en los músculos de su mandíbula. ¡Eso explicaría por qué lloraba al pecho y le costaba tanto!
La asesora, al día siguiente vino a mi casa. Probó diferentes posturas con mucho cariño y al final se agarró. Yo llevaba ya una semana sin intentarlo siquiera. Pensé que fue casualidad y que las siguientes tomas volvería con la batalla… Sin embargo ese día comencé la lactancia materna exclusiva. No me olvidaré de la fecha, 29 de septiembre, para mi fue un renacer.
¿Y la sangre en las heces? Los análisis salieron todos negativos, por lo que el pediatra sugirió que podía ser una intolerancia a la proteína de la leche artificial. Como mi bebé había comenzado a mamar sin necesidad de tomar complementos esperamos a ver cómo salían sus deposiciones con lactancia materna exclusiva… ¡¡LIMPIAS!!
En 24h habíamos solucionado sus principales problemas. Me sentía eufórica y liberada. Por fin veía la luz. También me encontraba algo disgustada por no haber caído en la raíz del problema mucho antes (y que los pediatras tampoco se dieran cuenta).
A partir de ese día empezó a mamar cada vez con mucha más fuerza y ya no se retorcía de dolor en las digestiones. Pobrecito… Él sólo lloraba para explicar su malestar y no supimos interpretarle antes. Me estremezco de sólo pensar lo que debió padecer. Mi hijo no era un «vago».
Ahora a cinco días de cumplir los dos meses tengo un bebé muy feliz que no para de regalar sonrisas.
Ya no controlan su peso semanalmente, aunque es un bebé delgado va ganando lo que le toca. Eso sí… ¡Siempre estoy controlando ese percentil 5 en el que está! Ahora lo tengo pegado a mi las 24h del día pidiéndome pecho para todo, hemos pasado a tal extremo que hasta no sabe dormir sin su teta. Sin embargo yo lo hago encantada. Es un niño un poco complicado la verdad, tiene mucho carácter, es nervioso y poco dormilón pero muy muy risueño.
Me he sorprendido a mi misma. Siempre lo había escuchado pero no eres consciente de lo que eres capaz de hacer por tu hijo hasta que lo vives.
Una sonrisa suya es mi fuente de energía. 😊